Asociación de Vecinos de Fuentemilanos

La Fuente de los Mil Años

Cuenta la leyenda que los primeros pobladores que se asentaron en estas tierras, posiblemente fueron los Celtas.

En tiempos remotos, previos a la dominación del imperio romano, allá por el siglo VI antes de Cristo, estos pueblos del norte que llegaron a la Península Ibérica procedentes de centroeuropa, de donde fueron expulsados, fueron creando asentamientos en diferentes zonas de la provincia de Segovia, donde ya habitaban otros pueblos como los árevacos, los vacceos o los vettones o incluso los íberos.

Los Celtas, ya habían creado un asentamiento en el castro de gran importancia estratégica, donde hoy reposa la fortaleza de la Ciudad de Segovia, el alcázar y desde ahí gobernaban las tierras dominadas aunque ya empezaban a recibir las primeras incursiones de romanos con sed de conquistar aquellas fértiles tierras ricas en metales. Ya habían pasado años desde que llegaron los celtas y eran muchos los que se habían mezclado con el pueblo íbero, pero algunos se resistían y querían continuar manteniendo sus raíces.

Estos pobladores vivian en gran parte de la ganadería y la agricultura aunque también eran grandes artesanos y comerciaban con otros pueblos.

La Leyenda…

Artai salió de su casa una calurosa mañana del mes más cálido del año con sus dos hijos, Galván y Aidan de tan solo 4 años en busca de presas para alimentarse y preparar la despensa de cara al próximo invierno. Ellos, eran celtas de pura sangre, y Artai descencía de antepasados que fueron gobernantes en sus aldeas. Se alejaban cada vez más de los bosques colindantes al castro donde tenían su hogar y esa mañana dejarón atrás la zona segura para buscar animales más grandes y con más grasa.

Cuando llevaban unas tres leguas de camino, el caballo estaba sediento y los pequeños Aidan y Galván estaban deseando beber algo. Por desgracia, al echar mano al recipiente de agua que habían cogido para la jornada y por lo tanto Artai tuvo que salirse de los senderos habituales para buscar agua.

Llegaron a un lejano y extraño asentamiento que desde la distancia y a primera vista parecía despoblado aunque tenía rasgos celtas y eso les animó a adentrarse e buscar por allí una fuente de agua. Entre el silencio apareció un hombre muy mayor, de pelo largo y canoso que parecía tener más de 1.000 años y con una voz quebrada y apenas audible les hizo tres preguntas.

Para el progenitor fué la primera pregunta, la cual tenía relación con sus orígenes, el anciano parecía muy sabio y Artai se dió cuenta enseguida que aquel hombre bien podría ser un druida de tiempos pasados, de aquellos que su padre mencionaba en las historias y cuentos que le contaba para amenizar las comidas y cenas. El anciano acertó de pleno y se sorprendió cuando Artai respondió su pregunta y pudo confirmar sus orígenes ancestrales.

La siguiente pregunta, fué más bien un acertijo, y se lo lanzó al hijo mayor, Galván. El primogénito era fuerte, audáz y sobre todo inteligente, el anciano lo percibía. A pesar de la complejidad del acertijo, el pequeño Galván, después de divagar unos segundos contestó de forma humilde pero suspicaz la respuesta ante la sorpresa de su padre.

El anciano, entusiasmado por la capacidad de sus huéspedes miró al pequeño Aidan y justo antes de lanzar un nuevo acertijo, el corpulento pero cansado anciano, hizo un gesto al padre y dijo que si el pequeño sabía la respuesta, les llevaría a un manantial de aguas claras donde podrían saciar su sed. 

El druida lanzó un nuevo acertijo, con instrucciones para encontrar el manantial no muy lejos del pobre asentamiento donde llevaba años viviendo en soledad. En esta ocasión, el anciano se sentó y agarró el brazo de Artai fuertemente mientras le susurro al oído «el manantial, es sagrado y solo yo conozco donde emanan esas milagrosas aguas, capaces de sanar al enfermo a partir de ahora, uno de vosotros, puro de sangre, será el elegiidoo para cuidar y mantener en secreto su ubicación, nadie debe saber donde se encuentra pues ya presiento que llegan otros pueblos desde muy lejos en su busqueda.»

Artai, con cara de asombro, se dió cuenta de que la leyenda que sus antepasados contaban era cierta, existía un manantial de aguas milagrosas que conseguían curar a los enfermos y otorgar la vida eterna a aquellos elegidos de alma pura. El anciano le confesó que sus mil años al cuidado del manantial llegaba a su fin y que Aidan era elegido.

El padre miró admiración y con lágrimas en los ojos a su pequeño Aidan, ese era su destino, se convertiría en un druida y debería cuidar y mantener el secreto para los próximos 1.000 años.

Nada más salir de aquel asentamiento y dejar atrás al anciano, vieron como en la lejanía se levantaba una gran columna de polvo y el ruido era atronador. Como espectros que emergen de las tinieblas, emergieron dos jinetes que acabaron con la vida de Artai y Galván, mientras que el pequeño Aidan consiguó correr y esconderse en un espeso bosque de encinas y robles. El anciano druida también consiguió zafarse de aquellos invasores y salvó su vida.

Aidan deambuló por aquel espeso bosque con el pesar de haber perdido a su familia hasta que encontró por casualidad el gran roble que el anciano había mencionado en su acertijo. 

«A los pies de un gran roble, que conoció a los primeros hombres, se encuentra el manantial de aguas claras, bebe de sus agua, duerme junto al roble y sueña por traer el bien de los pueblos, a partir de ese día vivirás mil años más».

Los Romanos

En los próximos siglos, los pueblos invasores continuaron buscando el manantial, los romanos talaron por completo aquellos bosques de encinas y robles pero no encontraron nada. Consiguieron apresar a Aidan, pero este les contó una mentira sobre la ubicación del manantial y el origen de las aguas que surgian de las entrañas de la montaña. Los romanos, convencidos y engañados, construyeron un canal para llevar esas aguas hasta la ciudad, hasta la fortaleza que habían conquistado años atrás y que habían reconstruido. La ciudad que bautizaron con el nombre de Segovia, incluso levantaron un puente de granito con  muchos ojos para que el agua milagrosa llegara a la fortaleza, lo llamaron acueducto. Pasaba el tiempo, pero los romanos no entendían como esas aguas que hacían inmortal a Aidan, no conseguían surtir efecto en ellos.

Los Bárbaros

Después de los romanos llegaron otros pueblos del norte y poco a poco expulsaron a estos de las tierras, Aidan consiguió escapar de las garras de los romanos y regresó al asentamiento donde encontrarón por primera vez al druida. El asentamiento ya había crecido y se había convertido en una pequeña aldea con unos cientos de habitantes, pero solo los más ancianos habían escuchado la leyenda de «La Fuente de los Mil Años» de boca de sus mayores y se estaba perdiendo en el olvido, habían pasado muchos años.

Allí permaneció, hasta que otra oleada de invasores volvió en la busqueda del manantial.

Eran auténticos bárbaros que llegaban de las tierras más al norte de las imponentes montañas a las que llamaban Pirineos en recuerdo a Pirene. Estas ordas de bárbaros se fueron asentando poco a poco en toda la península. Una mañana gélida de invierno, Aidan salió a cazar en solitario, con la mala suerte de que le atraparon en una emboscada un grupo de estos barbaros. Para su sorpresa, estaban acompañados de uno de los ancianos de su aldea y parece ser que les había contado la leyenda, poniendo en peligro a Aidan.

Los bárbaros, asombrados por la leyenda, no tardaron en interrogar e incluso en torturarle para que les dijera donde se encontraba el manantial. Nuestro héroe permaneció en silencio un buen rato, hasta que recordo la ubicación exacta de otro manantial de aguas milagrosas no muy lejos de allí, y les llevó a los bárbaros hasta el punto exacto. Una vez. allí, los bárbaros lo dejaron libre y pudo regresar a casa.

Este manantial se encontraba en un valle entre tres aldeas, a escasos metros del camino y los vecinos de la zona lo llamaban «La Fuente Salada» donde recogían agua que según los más mayores de la zona atestiguaban eran aguas milagrosas. Para los bárbaros, solo era agua sin propiedad mágica alguna, pero no volvieron a encontrar a Aidan. El secreto de la ubicación del manantial estaba asegurado.

Los Musulmanes

A los pocos años llegaron otros invasores, esta vez desde las tierras áridas más allá de las columnas de Hércules comenzarón a entrar en la península y comenzaron las barbaries contra los ya asentados.

En unos pocos años se hicieron fuertes y comenzaron a desplegarse por toda la peínsula. Cuando llegaron a las tierras Carpetanas y cruzaron las montañas descubrieron la majestuosidad de una ciudad llamada Segovia y no tardaron mucho en conquistarla, pese al arraigo por la lucha de sus habitantes.

Estos pueblos del sur dominaban las aguas, y construyeron numerosas acequias o caceras para llevar este bien preciado a aquellas fértiles tierras. De casualidad, se enteraron de la leyenda de la Fuente de los Mil años, y el jefe de todas aquellas ordas quiso conocer su ubicación. Entre sus manos, tenía un arma infalible para detectar esos manantiales milagrosos, dos espléndidos halcones que contaban con una visión extraordinaria y no tardarían mucho en localizar el manantial.

El señor de estos invasores llegó una mañana al asentamiento donde Aidan descansaba y este sacó de una jaula las dos majestuosas aves a las que llamaba dragones, aunque en realidad eran halcones, aves exclusivas de la alta nobleza muy cotizadas en su cultura. Al soltar al vuelo sus dragones, estos rápidamente se alejaron y una comitiva les perseguía a caballo, aunque tan solo cabalgaron una legua cuando las dos aves sobrevolaron un espacio donde solo el silencio deambulaba por allí. Las aves descendieron en picado hasta el manantial, donde introdujeron sus picos y bebieron de aquellas aguas cristalinas pero al instante levantaron el vuelo otra vez y se alejaron tanto que desaparecieron de la vista de su dueño.

El señor de estas bestias quedó tan impactado y furioso por aquello que sepulto con grandes losas de granito aquel manantial, dejando escrito en una de ellas:

«En esta fuente, perdí a mis dragones».

 

 

Los Cristianos

Se marcharon y no regresaron jamás a este lugar.

Con el paso del tiempo, la escritura en la piedra se fué perdiendo pero el manantial seguía brotando y los lugareños llamaron a ese lugar «La fuente perdigones» pues era lo único que se podía deducir de aquellas letras en la piedra.

Años después, cuando Aidan regresó de un largo viaje, escucho esta historia se alegró de lo ocurrido. Fué a visitar el lugar y observó en el aire a las dos aves revoloteando sobre el manantial y se dió cuenta que ya había encontrado a los sucesores para salvaguardar el secreto para los próximos mil años.

Desde entonces, por el poblado siempre había aves revoloteando por cerca de la fuente como si la estuvieran defendiendo de algo, aves rapaces que los lugareños llamaron Milanos

Aidan se marchó para siempre de aquel poblado, pero antes de irse le bautizó como «Fuente Milanos» con la idea de alejar el secreto del manantial a futuros invasores. 

De esta manera, los actuales vigilantes del secreto del manantial son los cientos y cientos de milanos que sobre vuelan la zona.

De la fuente siguen brotando aguas cristalinas que son potables y donde los herederos de aquellos asentamientos siguen disfrutando a día de hoy.

Fuente de Perdigones

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